Donde empieza el Oeste

[[Crítica de @PaulPorcoRosso]]

El multipremiado director y guionista Alexander Paynevuelve a la carretera en su nueva película, Nebraska, la primera en la que trabaja con un guión ajeno. Pese a haber dicho en varias entrevistas (1 y 2) que no le gustan las road-movies, la de este año ya es la tercera en su haber tras About Schmidt (A propósito de Schmidt, 2002) y Sideways (Entre copas, 2004). Ganadora del premio al Mejor Actor en el Festival de Cannes (para Bruce Dern), nominada a 6 premios Oscar, y en casi todas las listas de lo mejor del año, supone un retrato intimista de la relación entre un padre en plena decadencia senil y su hijo menor.

El residente de Montana Woody Grant (Bruce Dern) es un anciano alcohólico con síntomas de demencia, padre de dos hijos, David (Will Forte) y Ross (Bob Odenkirk), y casado des de hace muchos años con Kate (June Squibb). Un buen día, Woody recibe lo que él cree que es un premio de un millón de dólares, y decide emprender un viaje hasta Lincoln, Nebraska. Su hijo David le acompaña para pasar un poco de tiempo con su (algo) decrépito padre, y afianzar su relación, perdida por los desvaríos etílicos de Woody.

Pero de Woody (más allá de su alcoholismo manifiesto, su mala relación con sus hijos, y una mujer que no aguanta la decadencia de su marido) no sabremos nada. Es una hoja en blanco: un interrogante vacío. Una joya de otro día, como la fotografía en blanco y negro con la que se nos muestra el periplo quijotesco del viejo hombre y su hijo que ve en este viaje la única oportunidad que le queda para arreglar la rota relación paterno-filial. Así pues, Quijote/Woody (un Bruce Dern en la mejor interpretación de su carrera) quiere un millón de dólares que le han tocado por sorteo. Todo el mundo le intenta quitar la idea de la cabeza, pero él cree firmemente lo que pone en el papel: lo único que quiere es dejar algo para sus hijos, más que las deudas que todo el mundo le reclama. Y Sancho/David le acompaña, pese a saber que la campaña no será más que un desastre absoluto. O un triunfo brutal, ya que su finalidad es comprender como piensa su padre.
¿Es Nebraska un drama o una comedia? podrá preguntar el lector inexperto en la filmografía del niño-listo-de-la-clase Payne. Mi respuesta es que, como todas sus películas, Nebraska tiene momentos dramáticos, otros absurdos, otros divertidos. Vida en el sentido más fidedigno de la palabra. El tiempo no lo para nadie, y la decrepitud se apodera, paso a paso, de todo el mundo.
Lo mejor: un guión simple que en las manos de Payne se convierte en una genial historia. Las comparaciones son odiosas, pero en este caso es obligado recordar la genial A Straight Story de David Lynch.
Lo peor: coexistir con tan buenas películas en todos los festivales en los que ha cosechado gran número de nominaciones pero, por desgracia, muy pocos premios.